KYOTO JAPON (DIA IV)

COLUMNA ACERTIJOS

SABADO 14 DE MARZO DE 2015

Gilberto Haaz Diez

*No veo la miseria que hay, sino la belleza que aún queda. Camelot.

KYOTO JAPON (DIA IV)

Kioto (se escribe de ambas formas) fue un tiempo la capital de Japón. Desde el año 794 al 1868, cuando ni ustedes ni yo nacíamos, fue sede del Imperio japonés. Ando en Wikipedia: Durante la Segunda guerra mundial fue la única gran ciudad japonesa que no resultó bombardeada por la Fuerza Aérea Estadounidense. Por esta razón, a día de hoy sigue constituyendo una de las importantes urbes japonesas, con un rico patrimonio histórico, artístico y arquitectónico. El 11 de diciembre de 1997 tuvo lugar en esta ciudad la firma de un protocolo que perseguía el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global; El acuerdo internacional acabaría siendo conocido popularmente como el ‘Protocolo de Kioto’. Allá hemos de ir mañana en Tren Bala. Conocer esos trenes magníficos que aventajan y a la vez rivalizan con los famosos AVE (Acrónimo de Alta Velocidad Española). Mientras, hoy por la mañana partimos a visitar otro santuario, el Santuario Shintoista de Tokyo (明治神宮 Meiji Jingū), situado en Shibuya, es el santuario Shintoista que está dedicado a los espíritus deificados del Emperador Meiji y su mujer, la Emperatriz Shoken. Uno se apea del auto y comienza la caminata. Hagan de cuenta que es un bosque como el de Chapultepec, pero a lo bestia. Tiene más de cien mil árboles, centenarios todos, quizá alguno milenario, si es que han sobrevivido. Hay uno de alcanfor que expide el olor. Uno arruga una hoja de las caídas al suelo y las huele y eso es alcanfor, como el olor de la guayaba de García Márquez. Es un santuario de paz, a la entrada se comienza a las fotografías. Todo tiene su simbolismo, desde unas barricas de vino, hasta una galería de cojines con jeroglíficos, que son barriles de Sake. Hay bodas también, encontramos a una geisha con su vestimenta y a posar con ella. Cuentan los historiadores que aquí llegó una vez de visita Hillary Clinton, quien va a ser presidenta de Estados Unidos. Traía la representación de Obama y ella acudió al santuario como antesala a la reunión con los líderes japoneses para mostrar respeto hacia la historia y cultura japonesa. Allí estuvimos un rato no muy corto, pero tampoco muy largo. El Templo da quietud, en silencio llega la gente. Prohíben fotografiar, se puede hacer afuera, en un patio grande, cuando te asomas a la entrada del templo, cerrada para los mortales, la vista es impresionante. Llegan, dan tres aplausos y unen las manos, cierran los ojos y a orar en silencio. Luego, tiran unas monedas, eso sí, no te dejan tomar fotos pero monedas, bienvenidas. Cuenta el guía Kio, que el día de la festividad, hagan de cuenta el 12 de diciembre nuestro en la Basílica, son tantos los fieles que no se pueden acercar, y tiran el dinero desde lo lejos, seguro deben descalabrar a algunos porque en los soportes de las columnas de madera están las huellas de esos tiros y las ranuras de las monedas volando a alta velocidad. Afuera hay una tienda de souvenirs, hay que ir por unos llaveros y cositas así para que, al regreso, uno entregue a los amigos y se demuestre que aquí estuvimos.

SU QUINTA AVENIDA

 

Vamos a un comedero, los pescados medio crudos, las carnes, las ensaladas, la cerveza local, una llamada Kiri, la soya hasta por las orejas, la cultura de un pueblo grande. De gran capacidad económica, aunque todos se quejen. Lugar donde el ritual nos conlleva casi a una casa de esas de Geishas. Nos piden quitarnos los zapatos, dejarlos a un lado, en calcetines ahí nos metemos a un cuarto pequeño. Son las tradiciones, y adonde quiera que fueres haz lo que vieres, dice el refrán. Hace frio ya para las 6 de la tarde. Los tapabocas inundan los rostros de japoneses y japonesas (me afoxé). Nadie toca el claxon. No hay mentadas, tampoco. El respeto al derecho suyo es su paz, por parafrasear al gran Juárez. La calle se llama Ginsa, fue zona de plateros, dice el guía. Está mejor que la Quinta Avenida de Nueva York y que Independencia de Tierra Blanca. Los grandes almacenes imponen, las tiendas Zara y las Luis Beltrón, perdón, Louis Vuittone, a la vista. Luces como en Times Square. No amanece, no oscurece, hay máquinas trabajando en una tienda que será de una manzana. Impresionante. Es el día Marzo del 13-14, una respuesta que tienen ellos para su mercadotecnia amorosa. Sucede que el 14 de febrero ellas les regalan a ellos, y el 13-14 de marzo, un mes después, toca el turno a los varones. Por eso en las tiendas hay corazones y toda esa parafernalia que se magnifica en los días del amor y la amistad. Entro a la afamada Mont Blanc, la de las plumas, me llama la atención un retrato del amado presidente Kennedy. Mont Blanc lanzó la JFK. Y la exhiben allí.  Una mujer de edad camina envuelta en su kimono. Raro verles con esa indumentaria que data de hace siglos. Voy a Wikipedia: el Kimono es el vestido tradicional japonés, que fue la prenda de uso común hasta los primeros años de la posguerra. El término japonés mono significa ‘cosa’ y ki proviene de kiru, ‘llevar’. Una señora de edad camina orgullosa de su vestimenta, toda envuelta, como si fuera manteada. Son las imágenes de este Tokyo que camina a la velocidad del sonido en su economía, y que su pujante trabajo de hombres y mujeres les hacen ver lo que hoy son, un pueblo asiático de primera. Llegan noticias de la aldea. Nevó en Rio Frio, cosa inusitada. La ecología en todo su esplendor, renegando del gran daño que se le hace. Las fotos parecen neoyorkinas, la autopista detiene el andar de los autos, la nieve sube a los tobillos. Estampa bella.

UNA DEL HOTEL

Sucede que comencé tecleando una columna con el nombre del hotel Park Hyatt Tokyo. Al instante, en mi celular se reflejó que los del hotel me seguían en twiter. Son los caminos de la tecnología de punta, donde las compañías, en cuanto ven su nombre automáticamente te reflejan, signo de los tiempos desde cuando ellos inventaron los reproductores Walkman de Sony, que acabó con el disco de vinil acetato y dio paso al casete, productos que se vendieron más de mil millones en el mundo y luego, más tarde, en el Silicón Valley llegaron unos ciros peralocas a transformar el mundo desde los modestos garajes californianos, cuando aparecieron Bill Gates y el inolvidable Steve Jobs, y entonces sí, el mundo nunca volvió a ser lo primitivo que éramos.

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